“Si uno no se encuentra jamás, ni siquiera por un instante,
en el clima de un encuentro, abandona este mundo con la convicción de haber
vivido una existencia privada de sentido y de valor; se marcha vacío, porque no
ha sido llenado por nadie”. (S.Grygiel)
Una de las cosas que más disfruto de mi trabajo como
psicóloga es el trabajo con
parejas. En mis veinte años como
psicóloga he visto transformarse la situación emocional y psicológica de las
personas, confieso que actualmente los problemas son más intensos, críticos y
me atrevo a decir que graves. Por ejemplo, no era tan común diagnosticar
depresión crónica y ahora es de los diagnósticos más frecuentes, con
complicaciones como ideas suicidas o intentos de suicidio y trastornos de
ansiedad. En las relaciones de pareja
este fenómeno de la transformación no podía quedarse atrás, y he observado como
las relaciones han mutado pero aquello que siempre las ha sostenido y el motivo
por el que nacen es justo lo que permanece intacto aun con el paso del tiempo.
Algo que he descubierto es que las personas tenemos más que
nunca una dificultad para crear vínculos, no estamos hablando de lo que todos
conocemos como habilidades sociales, el vínculo es algo más profundo, es la
conexión que establecemos con algunas personas y que termina ayudándonos a
definir algo más que nuestra identidad.
En esa necesidad humana de establecer encuentros, se halla la de lograr
relaciones que nos permiten reconocer el valor de nuestra existencia personal,
es decir, el sentir y saber que nuestra presencia es bien recibida en este
mundo y que además tiene una razón.
El primer encuentro lo tenemos con nuestros
padres, son los primeros vínculos que logramos formar, y es de esa manera en
que aprendimos a construir o no esos vínculos que repetiremos en cada una de
las relaciones que tengamos en el curso de nuestra vida. No todas nuestras
relaciones califican como encuentros, no con todos construimos vínculos, solo
contadas personas pueden en este sentido rescatar nuestra humanidad y revelar
nuestra existencia y es que estos encuentros exigen siempre otro más profundo y
verdadero. Nuestras relaciones se convierten en un signo concreto de algo
divino que nos conecta con el infinito.
Viene a mi mente la película Angel-A, esa historia francesa
del director Luc Besson muy famoso por su obra maestra El Quinto Elemento, que
nos narra la historia de un hombre, André de 28 años cuya vida está en completo
caos, se dedica a estafar a las personas y tiene una deuda con unos mafiosos
que en esta ocasión han amenazado con matarlo, ante la dificultad de resolver
su vida de fracasos decide suicidarse en el río Sena y es ahí donde encuentra a
Angel-A que también está por saltar del puente, André le pide que no lo haga
pero ella insiste y al lanzarse, es él quien la rescata y es justo ahí donde
empieza esta conmovedora historia. André
y Angel-A logran establecer un encuentro que los salva a ambos, la película
narra de forma muy sencilla pero a la vez profunda la forma en que algo mucho
más que el sentimentalismo une a las parejas y como se construye un vínculo que
desvela la existencia de cada ser.
Angel-A le confiesa a André que es un Angel y que fue enviada para
salvarlo pero en sus planes no estaba enamorarse y es que ella también necesita
ser salvada. Angel-A le enseña a André que no puede dar amor porque tal vez
nunca lo recibió y es imposible también que pueda dárselo a sí mismo, esta
discapacidad emocional por llamarla de una forma le dificulta también recibir
amor y por supuesto esto es lo que llamamos no poder crear vínculos.
Vivimos una época donde las personas ya no construimos
vínculos, en las familias los hijos y sus padres ya no solo no pasan tiempos
juntos, sino que sus relaciones tienden a ser más que superficiales, es decir
no podríamos llamarlas encuentros, eso tal vez sucedía en el pasado pero los
hijos contaban con otros entornos que les ofrecían lo que los psicólogos llaman
redes de apoyo en donde poder encontrar relaciones que les ofrecieran esos
vínculos que no construían en casa. Actualmente eso ya no sucede, y es que la
pandemia de depresión de la que habla la OMS tiene mucho que ver con esa
pandemia de soledad que viven las personas, porque sus vínculos no existen, y a
la hora de encontrar pareja esa dificultad siempre sale a flote.
Cambiar a las personas por mascotas no ayuda
mucho, los encuentros y los vínculos tienen que ser de persona a persona,
antropológicamente es una necesidad de nuestra naturaleza y los animales no
pueden cubrir más de aquello de lo que les corresponde. Vivir en pareja se vuelve complejo, como lo
es también vivir en familia y por supuesto en comunidad. Tengo la teoría de que las parejas nos unimos
no por las virtudes que tenemos en común, sino por los defectos que tenemos en
común que como piezas de rompecabezas podrán ayudarnos a descubrir aquello que
nos toca resolver y también sanar, porque todos sin distinción tenemos algo por
resolver, cargamos una maleta de situaciones que nos toca enfrentar y
averiguar, y es en las relaciones que saldrá a flote y en medio de las crisis
las podremos ver surgir y salir de ellas es nuestra mayor responsabilidad.
El matrimonio es una alianza, me queda claro, a la que
muchos temen no por lo que encontrarás en el otro, sino por lo que encontrarás de
ti mismo, y todos sabemos que conocernos a nosotros mismos es el reto, es el
viaje a nuestro interior lo que todos aparentemente anhelan, pero es a través
de estos encuentros que podremos hacerlo, y me queda claro que por mas que
evitemos hacerlo al final habrá consecuencias y tal vez tengamos que pagar
precios muy altos que incluirán mucho más que el pagarle a un terapeuta.
Mariluz Barrera González
Psicóloga con Maestría en Filosofía y Certificacióon Internacional en Prácticas Colaborativas
Directora y fundadora del Instituto Hypatia y de la Biblioteca y Sala de Lectura El Gato de Alicia
Mariluz Barrera González
Psicóloga con Maestría en Filosofía y Certificacióon Internacional en Prácticas Colaborativas
Directora y fundadora del Instituto Hypatia y de la Biblioteca y Sala de Lectura El Gato de Alicia
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