Por Mariluz Barrera González
Muchos de los niños y jóvenes que llegan a psicoterapia me
conmueven enormemente. En mi experiencia observo una extrema confusión ante la
incongruencia del mundo y de lo que los adultos llamamos “la realidad”.
Todos nos quejamos de lo terrible que está la situación actual,
pero es increíble escuchar a los padres repetirme una y otra vez: “no puedo
mantenerlo en una burbuja de cristal, tiene que aprender a adaptarse al mundo
real”.
Lo interesante es que aquello que los padres llaman “burbuja de cristal”, es lo que
los niños y los jóvenes perciben como la auténtica realidad: un mundo de
valores y congruencia en el que decir, pensar y actuar coinciden, y en donde la
felicidad es una enorme posibilidad, no una ilusión.
Entonces, ¿qué implica adaptarse a la realidad?
Para un niño pudiese ser tener padres que le dicen que lo
mejor para todos será el divorcio, pero a partir de esa circunstancia las cosas
empeoran, los pleitos crecen y los problemas de comunicación entre adultos
parecen no terminar.
En la escuela, adaptarse a la realidad implicaría aburrirse
por que el mundo es aburrido, aceptar la injusticia y obedecer sin replicar,
agredir a otros iguales para sobrevivir porque así son los niños.
Al final los niños y los jóvenes no entienden a qué nos
referimos cuando decimos que luchamos por un mundo mejor, si al final lo que
hemos llamado “la realidad” es lo que impera en nuestra existencia y a lo que
tendremos que adaptarnos para no ser unos “inadaptados”.
Cuando cuestiono a los padres sobre lo que implica adaptarse
a lo que ellos llaman “el mundo real”, les hago ver que muchos de sus hijos,
son nobles, sensibles y con valores e ideales muy concretos, y que muy
probablemente algunos de ellos terminen siendo entonces, ante su postura, unos “inadaptados”.
Esto es así porque su ser es más fuerte que la “realidad” que nos han vendido y
que son justamente seres como ellos los que en verdad necesita el mundo si
queremos mejorar.
Hace muchos años renuncié a un trabajo en una institución
gubernamental porque amo ser psicóloga y para poder mantener mi trabajo y
conservar mi sueldo necesitaba “adaptarme al sistema” y convertirme en una
persona que definitivamente no soy.
Esto suena muy idealista y controvertido, pero lo
interesante es que uno mismo pueda plantearse opciones y posibilidades, porque
siempre las hay.
Sé que tomé el camino más duro y difícil. Trabajar por mi cuenta
y emprender un negocio y en el estado Campeche (México) es toda una odisea,
pero si yo hubiera perdido todo aquello que me convierte en quien soy, definitivamente
no estaría haciendo ni la mínima parte de todo lo que ahora he logrado. No
tendría la esencia ni la postura para poder ayudar y acompañar a otros, sobre
todo a los niños y a los jóvenes que se resisten a que el mundo los cambie.
A veces llegan algunos niños a los que el mundo
irremediablemente les ha impactado y por cuestión de supervivencia e influencia
de las familias en las que crecen han logrado “adaptarse”, pero a la amargura,
la tristeza y los trastornos son su diario vivir. Y es justo por ello que
terminan buscando ayuda.
No sé si “adaptarse” implique transformarse en quien no
eres, pero para mí “adaptarse” implica asumir quién eres y a partir de eso
construir algo que te sostenga y te rescate.
La gente quiere “un mundo mejor”, pero no quiere mejorar;
los padres quieren “hijos mejores”, pero se resisten a cambiar y desean
entonces que sus hijos se conviertan en seres como lo somos la mayoría de los
adultos: tristes, sin esperanzas, frustrados, sin valores, con doble moral, “adaptándose”,
“transformándose” a una realidad que hemos construido y que nos arrastra
tristemente hacia un final que, confieso, no me gusta y en el que no quiero
colaborar.
Artículo Publicado en la Revista Digital Humanum